En el departamento de Córdoba, alzando la mirada, tratando de alcanzar el final del mar se nota una mancha pequeña, alejada, no tomada en cuenta. Esta es la isla Fuerte, de donde historias hay muchas que contar.
Como sentirse Colombiano, en un trozo de tierra separado por una frontera de agua salada, donde los gallos son burros, donde a veces se pasan por ahí unos disque estudiantes que los miran curiosamente, en un lugar que no se detiene por semáforos en rojo ni el estrés de una guerra, donde Santos y los celulares no sirven de nada.
La respuesta es tan sencilla como el hecho de saber que el agua existe, pues por culpa de la falta de una fuente de agua potable inconscientemente los habitantes de la isla han aprendido a darle la importancia absoluta que tiene el agua, con los pies descalzos sienten la tierra en cada paso, de la tierra entienden que son discípulos y del mar consentidos, por eso sin competir con la naturaleza, con totumas, sin balas, con pescado, sin ipods y con tranquilidad no solo se sienten, sino nos enseñan a ser Colombianos.
Para algunos, esta respuesta sencilla es difícil de comprender y más difícil aún entender la verdadera pregunta que es ¿cómo entonces es que nos sentimos Colombianos, nosotros que en la ciudad ya casi ni se nos acercan los animales, que el contacto más próximo con la tierra es el polvo bajo los zapatos y en las selvas matamos porque sí, vemos los árboles y caimanes como maleza y el estar descalzos, como pobreza.
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